martes, 21 de julio de 2009

El arte, la gente y la peste

Cuando, indefectiblemente, descubrimos que algo nos molesta en el alma a los artistas, que algo nos está lacerando queda aunque constantemente, comenzamos impetuosamente a buscar ese algo, ese bicho, esa espina.

Encontramos, claro, más de una:

La educación del pueblo, que excluye el arte, como materia básica, por ejemplo. De esa manera, tenemos a una población analfabeta en cuestiones artísticas; pero ¡más grave aún!... una población que no ha desarrollado su sensibilidad (que para eso es el arte). A la luz de las nuevas teorías pedagógicas, es terrible que un sector tan importante de la inteligencia no se desarrolle. Pues, aquí ocurre.

El entretenimiento que se concede a este pueblo de labriegos sencillos, eterno prestigio de estima y honor :S es uno muy básico. Siempre recuerdo el asunto del humor. Si analizaremos con cuidado los números de Les Luthiers y los comparamos con los de, por ejemplo, La media docena, uno queda anonadado. Porque reír con Les Luthiers es muy distinto a reír con La media docena, tal parece (claro: para los que pueden reír con este último grupo.). Sin embargo, los medios ven en este grupo “talento” y les abren las puertas. Por otra parte, llama mucho la atención que en los bares, a esos carajillos (o no tan carajillos) que tocan o medio tocan la guitarra les dé por cantar a Silvio Rodríguez a la par de Sin Bandera o (hasta da miedo decirlo) R. Arjona (¡Mal rayo lo parta!).

La cuestión será ¡complacer al público! Seguro que al público no le gustan esas cosas como Les Luthier o Silvio, son difíciles de entender y sofisticadas y elevadas y muy tuyú y sólo para los que se las tiran de intelectuales y no para labriegos senciellos eterno prestigio de estima y honor…

Entonces, ¿si al público no le gusta Les Luthiers ni la VERDADERA trova, por qué ese mismo público manifiesta que, en efecto, le gusta Les Luthiers y la trova cuando consume su obra? Incluso, los conciertos archipesados que hace la Sinfónica en las iglesias de pueblo, ¿no abarrota ese mismo público la iglesia? Con sus rechiflas vulgares y sus güilas gritones, pero asisten.

Los medios de comunicación deberían valorar ese extraño fenómeno, con el urgente fin de que cambien su perspectiva del “talento”.

Sigo removiendo espinas y me encuentro una con veneno añadido.

Es un hecho que el artista no se porta bien. No es un ejemplo de moralidad y responsabilidad (en el sentido del capitalismo dependiente, como el nuestro). Y no afecta este comportamiento el artista por pose, por jugar de vivo, por sentirse muy bohemio… es decir, no el verdadero artista, el que se mata en su taller, en su escritorio, sin la garantía de nada a cambio, ante un panorama tan desolador. El artista no sigue las ordenanzas morales de una sociedad enajenada y esclavizante, pues posee un espíritu sensible que le ha revelado esas aberraciones y, desde aquella misma región sensible las combate. Es que el artista libera al arte y el arte libera al hombre.

¿Entramos al tema del poder? Sí. Poder que la educación y los medios favorecen. También algunos “artistas” por paradójico que resulte. De ellos no hay que hablar.

Pero el pueblo no es tan devoto de la educación, lo sería más de los medios de comunicación, pero… la espina va un poco más hondo… Si no estudiás vas a un Call Center, podés traicionar tu programa favorito… Nadie te va a castigar por eso… ¿A quién le molesta tanto que el ser humano desarrolle su naturaleza sensible? ¿Por qué los artistas no captamos a la gente? ¿Nos faltan los medios, el interés? ¡Interés! ¡Como si el anonimato no fuera la condenación del artista!

Hay un enemigo oculto. Uno que sabe luchar con la materia del arte que son los símbolos… La espina está muy profunda.

No sé si es así en otros países, pero en CR la Iglesia es el principal instrumento represivo. Ningún otro orden de poder es mayor ni tan aplastante. Ninguno otro promueve más la enajenación y ausencia de criterio. En un país confesional, los artistas son dogmáticamente vituperados, ridiculizados y, principalmente, silenciados. Son considerados personas inmorales, descreídas, peligrosas.

Los medios apoyan a la Iglesia, la educación enseña religión. La cultura entera del país está supeditada a la institución eclesiástica. Se ha establecido como válido, verdadero y justo. Todavía no sabemos por qué. Ni por qué, en tiempos de peste, un millón de personas van a inundar a la pobre Cartago, una vez más, con sus ruegos y lamentos.

Así, pues… Presiento que la espina más honda de todas es la iglesia y su función cultural de levantar anatemas y condenas contra las expresiones libres, de abrir abismos de intolerancia y prejuicio.

Quisiera equivocarme y que alguien me proporcionara una estampa donde viera una alegoría de la Iglesia apoyando al artista y su sagrada labor de abrir las mentes y los corazones al conocimiento y diálogo con la naturaleza de las cosas.

Presiento que me quedaré esperando.

martes, 14 de julio de 2009

Credo quia absurdum est!

Acabo de descubrir que escribir en un blog es una tontería. La razón es sencilla: quienes frecuentan estas páginas son escritores, no son lectores. Esa es la única razón. Por eso nadie lee. Se leen los amigos, los amigotes, los amiguetes, lo publicistas, los novios, los compañeros. ¡No más cuentas!
Empiezo a temer que este ejercicio se parece mucho a los “grupitos” literarios: leerse entre conocidos, codearse, hablar entre dos, bipartidismo a lo sumo…
Nadie busca literatura o filosofía… sólo gente que conoce, que anda por ahí con ideas caseras, conocidas, previamente discutidas, favorecidas o encontradas, no importa.
Eso le pasa a uno por creer que existe verdaderamente un medio democrático, cuando a nadie le interesa la democracia del conocimiento.
Es oneroso tener que matricularse en un lenguaje para poder expresar… cuando el lenguaje ha sido la obsesión de la vida.
¡Si por lo menos uno consiguiera sexo, como en los perfiles!
El problema es grande. No estamos llegando donde deberíamos llegar.
La literatura sigue siendo una actividad de ratas de biblioteca… nadie fuera de esas paredes la ama ni la respeta. Estamos fallando.
Lo cierto es que nadie quiere acertar… A ninguno de nosotros ¡petulantes escribidos! le interesa ponerse el bombín de juglar. Tanto odiamos a los legos, a los zafios… al público. ¡Pobre de nosotros! Absurdos juguetes del orgullo.
Algo bien cursi: meto, otra vez, este mensaje en la botella. Fuck!

lunes, 13 de julio de 2009

Joven

La juventud es lo más hermoso de la vida. Nada se compara con ella, ni la posición ni el dinero ni la experiencia. Ser joven es la única razón de vivir, el único sentido de la vida.

Con una triste sonrisa y un tanto cabizbajo, estos pensamientos ocupaban mi atención, sustrayéndome al mundo. Con dolor constataron mis ojos que ese rostro reflejado por un bronce no era ya el de un muchacho alegre sino el de un hombre maduro y lleno de culpables alegrías. No me reconocí en él. Razones como estas me conmueven y han marcado una tendencia en mí: casi nunca disfruto de la compañía de personas mayores y jamás con la de viejos… la única excepción es la señora Carmen Güell, la única dama decimonónica en el sacro sentido que conozco y, acaso, existe. Las personas que tiene la desgracia de compartir mi edad me parecen, con tres salvedades hasta hoy conocidas por mí, lo más execrable de la raza humana. (Hace no mucho, me vi obligado a saludar a gente del colegio y casi desmayo de la impresión).

Sólo me complace compartir mi tiempo con la gente joven. Son los únicos que entienden mi obra, mi humor y mi sentido de la belleza y el placer. Por supuesto, me siento ridículo al pararme junto a su frescura y belleza, pero es un dolor que reconozco necesario y acepto.

Tengo 34 años. Para ellos, Luis Antonio Bedoya fue a la escuela con San Isidoro y asistía a los conciertos de Bach. Cuando me preguntan algo de la vida de un autor o filósofo, inconscientemente creen que lo conocí personalmente… cuando era joven. Son, no obstante, tan dulces que jamás abandonan en mi camino a la sombra.

Debo, sin embargo, reconocer, no sin cierto dolor, que los más pequeños han sido cruelmente embaucados por sus mayores, al punto de hacerlos creer una realidad que no existe. Los han hecho creer que los méritos no existen. Sus padres, incapaces en el terreno de la enseñanza, les han concedido caprichos necios y estériles… por ello, estos dulces niños han llegado a creer que, allá afuera, todo se les concederá.

Todo el mundo tiene miedo de los viejos. Yo, también. Ahora que soy uno de esos monstruos, me doy cuenta. Pero estos jovencitos no tienen miedo. Al principio admiré este comportamiento, pues me parecía un acto de valentía. Luego, descubrí que era un fruto de la más pueril ignorancia. Pobres niños que jamás fueron alertados del peligro que representan los viejos. ¡Qué infame recuerdo para sus padres que únicamente les enseñaron a temer de la vejez, su lascivia y su exceso!

Por eso, algunos se han acercado. Han creído que la cortesía, las maneras, el conocimiento, el talento y aún, el afecto, son suficientes en el mundo de los viejos. Creen que todos los viejos son doncitos bonachones como papi y mami, dulces ancianitas como la tita o agradables esclavas como la empleada. Ignoran que hay antiguas quimeras y terribles esfinges, la cuales tétricamente se ríen. Se ríen de esa fácil dicotomía entre el bien y el mal que rige la moral aprendida por los tiernos pimpollos, se ríen de su dios protector, de su curiosidad inconsciente, de su pose decidida, de su triste destino.

Por eso nos hablan. Por eso nos invitan a sus casas. Por eso quieren que los llamemos por sus nombres. Pero, llegado ese momento, frente a frente… la nada, el silencio, el absurdo. No sale una palabra de la boca del joven temerario que invitó a su casa a una Gorgona, a una terrible Gorgona.

El peor perjuicio que produce la sociedad a la joven criatura es demostrarle su falta de carácter. Una sociedad herida, impotente, absurda y raquítica, que sucumbe ante aberraciones como la piedad y, amén de ellas, confunde y pierde a su prole.

Nuevamente, pienso que la triunfante irreverencia de las generaciones viejas tocó extremos vesánicos. Ahora, los pobres jovencitos sólo tienen una arrogancia y un zurrón embelesado cuyo contenido es una idea vacía.

Y duele profundamente, saber que la suerte está echada para ellos y nosotros.

El café, el ateneo, el burdel, la lira...

Me encuentro en el Blog de Juan Murillo, a quien desafortunadamente no conozco aún, un artículo sobre los talleres literarios. En éste se expone, con maestría ilustrativa, la génesis de estas organizaciones. Fue entonces cuando descubrí con alegría, por qué dicho género de conciliábulos me merecían tanta repugnancia. Desde que tienen su origen en los conceptos de gremio, proletariado, democracia, Estados Unidos y demás dogmas modernos, ya entiendo por qué un alma sensible debe tnecesariamente que tener reservas al respecto. Pero lo que más me impresionó fue leer en el artículo de Murillo que estos “talleres” vienen a sustituir modernamente los que antes hacíamos los artistas en los cafés, ateneos, barras y casas de amigos: ¡hablar de arte! Inevitablemente tuve que reflexionar al respecto.
Los artistas de los setentas (gracias a los dioses, no todos) convencieron a la población costarricense –que ya de por sí había expulsado para siempre el lujo y el confort de sus vidas- que el arte era una cosa intelectual ininteligible, aburrida, presuntuosa y desagradable al paladar. Atender a esta alegoría:
El papá una mañana se pone a recordar que la maestra que tuvo alguna vez le dijo al grupo que el arte era una cosa importante que todo el mundo tenía que conocer (las maestras sufren de queísmo). El papá se acuerda, mira a su chiquito desayunar y se dice:

“¡Hoy lo llevaré a un museo para que vea arte!”

Lo hace. Van al museo y por más vueltas que el pobre hombre da, sólo encuentra calzones amarrados a botes metálicos con calcomanías de peligro biológico, un pobre conejo en una cisterna con un libro de 100 páginas a la par que explica por qué esa obra significa la sintaxis infinita del universo, un árbol de Navidad que, a manera de elfos y duendecillos, luce cotex pintados con manchitas de colores, bajo el título “Apología de la represión femenina en do mayor o Sin Título”… y cosas por el estilo.
El chiquito se asusta cuando ve esas obras maestras y el papá experimenta la rara sensación de haber sido embaucado. Ya jamás llevará al güila a ver nada de eso. El güila, cuya maestra omitirá aquel viejo consejo, olvidará la experiencia en poco tiempo, como se olvidan las pesadillas.
La escuela conceptual y el relativismo de los setentas/ochentas/noventas/et ab mortem… ha operado. Es el origen de nuestra sociedad “pragmática” de hombres de negocios y entidades productivas.
Los jóvenes artistas, herederos de ese descrédito y sustraídos de todo respeto en la sociedad, deben bajar la cabeza y asumir el papel de unos vagos criminales por dedicarse a las artes. Es decir… los artistas que decidieron no seguir a la generación conceptual. Por eso necesitan talleres… como bunquers, como madrigueras, como centros de apoyo… escritores anónimos, pintores en victoria, la liga de los músicos… Siempre encabezados por un gurú… de los setentas.
Lo que antes era sensación en París, en Madrid, en el Soho, en Buenos Aires: cafetines, pubs, ateneos, cafés litteraire; ahora es motivo de vergüenza, acto de excentricidad o payasada de vagos ante los ojos de la conservadora cultura costarricense, que jamás supo nada de cafetines, pubs, ateneos, café litteraire ni arte.
Yo celebro a los que aún hablan de arte en los bares, mientras necesariamente mendigan el amor del mundo. Los que abren las puertas de sus hogares a la experiencia del arte. Los que conocen que el arte es algo nuevo y joven eternamente, que no evoluciona ni se supera y, por ello, no discriminan a ninguno que traiga bajo el brazo izquierdo un poco de su esfuerzo y su corazón, junto con una buena botella.
¡Qué afortunados son los que no tienen que pedir permiso a la sociedad práctica para ejercer la escuela de la belleza y el placer, origen de todo conocimiento!
¡Y más aún los que en el camino encuentran los que otros deben comprar en las vitrinas!”

miércoles, 8 de julio de 2009

"Blanco" continúa

Ocho poemas eróticos y tres canciones bucólicas, para cerar con un treno llamado "Monstruo". O por lo menos, ese es el plan. Les adelanto, una de esas canciones bucólicas que uno escribe cuando empieza a preocuparse por no haber escrito nada en meses. Con grandes expectativas... (La pintura me recuerda el lugar que me dio material para este poema, es de Sanislaw Malovsky.)


Rosas

¡Qué gran devastación, Silvia!

¡Y los leños esparcidos

y nuestras ánforas rotas

y el mundo hecho pedazos!

Sobre la fría colina,

en la sombra de los lobos

-de las llamas de peregrinos

hijas insomnes en duelo-

esa música descansa,

ese coro desgreñado

cuya música es febril…

la música de mi casa.

¿No se levanta mi casa

acaso en ese paraje?

¿No son sus columnas blancas

esas piras mutiladas?

¡Qué gran devastación, Silvia!

¡Silvia, de manos pequeñas,

donde el amor es condena

y confesión a un tiempo.

Todo está arruinado, roto

y las mujeres van llorando

y los niños mendicantes

que nos incordian la vida,

Todo está arruinado, Silvia,

la cara pesa cual lastre,

como una máscara blanca

de sonrisa escalofriante.

Ya no recojas los vidrios…

basta… basta… calla y siéntate.

Tus dedos tímidos sangran

por la espina de las rosas.

¡Avelina Lésper... como caída del Cielo!!!

Hace un par de años publiqué por esta ventanita un artículo que se llamaba "Otra vez, la Academia". Lo escribí justamente después de una reunión en la casa de la escritora chileno-costarricense, Tatiana Lobo: una de esas reuniones donde uno sale con ganas de decir la verdad a los cuatro vientos. En aquel momento, hablé sobre qué debía considerarse arte académico, arte oficial, etc. y qué arte moderno; pues, de la manena más anacrónica, las academias de arte en Costa Rica -que son las universidades estatales- se auto-consagraban como vetas abiertas del puro arte de ruptura y vanguardia. Criticaba yo en ese artículo que lo considerado por la Academia (o sea, la universidad) como arte moderno, no era otra cosa que su propia producción de influencia social, que entraba y salía de las aulas universitarias sin el menor contacto con la realidad social que pretendía defender. En un mismo comentario quise llamar a estos académicos mistificadores e hipócritas, quise demostrar cómo los artistas de oficio, esos que trabajan días enteros en sus proyectos, que estudian a los grandes maestros y miran el mundo con los ojos agudos de la contemplación, eran vilipendiados cruelmente por la Academia, llamados anacronistas por ella, vituperados por creer en la técnica y en el talento, y silenciados con todo el peso de la ideología impuesta desde las cátedras.
No obstante, mi artículo no despertó ningún interés entre los lectores que envié a mi blog para que lo ojearan. Un poco triste, un poco molesto, aun creyendo haberme equivocado, lo retiré de las entradas.
Y, hará no pocos días, mi amigo, el pintor Cris Arias, me envía el texto de la crítica de arte,

Avelina Lésper.

Me sorprendió cuánto las consideraciones de esta especialista se asemejaban a las mías. Cuánto el drama de la poesía era similar al de la plástica. Cómo "el mundo es igual en cualquier parte". También me dio miedo... miedo de pensar en que no haya sitio para el verdadero arte, de que esos hipócritas y mistificadores financiados por los Estados, alejen a los verdaderos artistas de la gente y hagan a ésta creer que el arte no es más que un gesto snob y estúpido.
Empero, por otro lado, me sentí tranquilo de no ser el único a quien aquejan estos terribles pesares. También confieso que me dio un poquillo de orgullo saberme dentro de la nueva contracultura. ¡Dan ganas de brindar!
Les recomiendo que visiten el blog de esta mujer tan lúcida. Me mataron de risa las fotos de basureros y carros chocados que lucían la calcomanía de "Please, don't take me to a museum". Gracias a Avelina Lésper por su buen tino y valentía. Ahora, florece el deseo de empuñar otra vez.. la pluma -¡que uno sólo quiere cuando sabe que va a sacar sangre!

Vale!