
José Pablo Medrano (dandy irreprochable), todo mi afecto. Nadie como vos puede arrojar luz verdadera sobre los miasmas de este mundo triste. Gracias por tus poemas y tu inclaudicable e indiferente lucha contra las hordas oscuras. Por ser mi poeta en Himnos Sacros y Canciones Paganas… y ya, que no encuentro manera de celebrar con suficiente dignidad tu gallardía y arrojo. Salud, mi Orfeo!!!

Meylin Vargas (la lúbrica sempiterna vestal), un beso por haber hallado esa piedra filosofal que alquímicamente transformó a unos güilas revoltosos y magníficos en los severos actores de mi tragedia Seleme, estrenada en abril. Por tu valor, hermana, que nadas próxima, gracias.
A esos güilas revoltosos y magníficos, actores trágicos, dioses y sátiros, ninfas y pastores: Esteban Chacón, Tsáitami Ordóñez, Adolfo Granados, Camila Leitón, Camilo González, Marcela Núñez, Marcia Brenes, Valeria del Valle y Héctor Morales.

Alexánder Obando, cuyos comentarios constantes e inmerecidos me levantan de mi lecho indolente y me conducen, de una oreja, al scriptorium; cuya novela Canción a la muerte de los niños –obsequio del Monstruo del Laberinto- no me deja en paz; cuya poética y pensamiento inspiran peligrosamente. Por tu brazo en la batalla, ¡General!, gracias.
Basil (gualdo lebrel), por no morirse, habiéndome de otro modo entristecido sin consuelo.
Mato Alfaro Méndez (Pel, Cuil, etc…), gracias por ser el corazón de mi casa y el concluyente y definitivo elemento de esta hermosa familia disfuncional y anatemática, cuya fotografía finaliza la página de los amigos. Gracias por todo lo que un ser humano miserable como yo podrá agradecer en una vida.