lunes, 26 de enero de 2009

Odio contra los intelectuales

En primera instancia, tengo que apoyar este gesto inevitable de los legos y profanos. Ante la vista cruda, un intelectual es:

* Un tipo mal vestido –o peor.
* Siempre afecta un gesto antipático análogo al que produce la presencia de sustancias repugnantes.
* Antes de cobijar una idea, considera la impenetrabilidad que ésta puede tener.
* Come en demasía, por lo general, frituras y harinas y no le da pena casi nada de sus inobservancias contra la etiqueta. Esto es, le gusta parecer vulgar aunque desprecie al pueblo.
* Es invariablemente feo. Ante semejante situación, la conquista amorosa le resulta imposible, por ello, su sexualidad se limita a boicotear los avances de otros hacia el objeto de deseo: en conclusión, es casto.
* Rechaza y también condena el ejercicio físico, y sustituye, ad adsurdum, su mérito atribuyéndoselo a las drogas y a la pereza, en otras palabras, es razonable su animadversión contra todo lo griego.
* Le atrae secretamente el quehacer académico, no porque allí aprenda más ni tenga a mano más bibliografía (toda su vida ha comprado libros como un fumador, cigarrillos), mas porque ese es el último reducto del mundo que le es dado para ejercer un poder (cuando lo obtiene, se transforma en un désposta).
* Detesta a los artistas porque tienen carisma, belleza y gracia, porque el objeto del deseo va a ellos y no a la inversa, porque gozan de la superficialidad ajena, sin mancharse con ella y nadie dice de ellos que se comportan correctamente.
* Se cree un artista, por eso, a veces, hasta publica o pinta.
* Usa barba crecida y mal cuidada, tiene el abdomen tumefacto y, no pocas veces, apesta.
* Su cuerpo es un anciano prematuro y su cerebro un snob.
* Utiliza palabras obscenas con sentido pedagógico.
* Siempre quiere estar de malhumor o, al reír, intenta hacerlo con sarcasmo, sin cuidado de ser él demasiado vulnerable a las bromas, aun de los tontos.
* No puede evitar hablar de cosas abyectas, como el dolor, la miseria del mundo, la injusticia, la adversidad, a lo cual sólo reserva una que otra solución inalcanzable.
* Es un metafísico, no por amor, sino por necesidad.
* Carece de talento.
* No es capaz de perdonar o mostrarse magnánimo.
* Sufre en secreto.

Ante los hombres de letras, un intelectual moderno es, como diría Wilde, una Esfinge sin secreto.
Los antiguos alquimistas –quizá toda aquella aberración no es moderna, en realidad- utilizaban un término hermoso para todos aquellos que amaban el conocimiento y desdeñaban la indolencia del mundo entre muros, con amigos de ciencia y letras; se llamaban a ellos mismos adeptos. Y entonces uno se cuestiona si se ocultaban en logias y se comunicaban en el exterior sólo con símbolos y señas, no por temor a la hoguera, sino por respeto a su moderación y anonimato sagrados.
Claro está, quién dará crédito a la vista cruda. ¡Hasta pronto, amigos adeptos!

Lo posible



Se me ocurre visitar ese viejo arcón donde guardo la noticia de las virtudes clásicas. Esas que conocían y observaban (ojalá hubiera sido siempre) los griegos y, alguna vez, los viejos romanos. Empero, di en el capricho de buscarles su par cristiano y he aquí que encontré las siguientes avenencias:


Valentía… Martirio

Temperancia… Abstinencia

Prudencia… Temor de Dios

Justicia… Piedad

Fortaleza… Ambición

Belleza… Fealdad

Inmortalidad… La Vida Eterna

A partir de un razonamiento así, uno no podrá menos que sacar conclusiones. Una para mí ha sido elaborar un breve glosario de términos clásicos (antiguos) y su semántica cristiana (moderna). Ya se verá si se me permite el ocio suficiente.