miércoles, 23 de diciembre de 2009

Cuadernos Reloaded!!!

Da un poquillo de pena. Pero, como decía Glenn Close, "es como el dolor, sólo se siente la primera vez". He decidido reeditar algunos artículos que había escrito hace años. Ante todo, porque nueva y saludablemente se ha vuelto a abrir la vieja discusión sobre qué es la literatura costarricense, sus rasgos inherentes, diferenciales... su especificidad, como dice el diccionario de Santa Sociocrítica (la SS). Esa idea imbécil de que lo costarricense es esto o esto otro ya nos tiene a los creadores modernos bastante cansados. Aún más, cuando se declaran desiertos premios importantes, como el certamen UNA Palabra, que ahora se llama, NingUNA Palabra, desde que Carlos Francisco Monge y sus secuaces decidieron que más de treinta poetas nacionales y extranjeros escribimos pura MIERDA. Sin conocer el inapelable criterio de este y demás genios de la crítica literaria costarricense, podemos aventurarnos y creer que el dictámen se basó en la presencia o no de los costarriqueñismos aquíleos, las escenas de aguadulce y pejibayes, lo chiquitico y claritico pal pueblitico, la (pseudo)crítica de interés social y demás hipócirta MIERDA. Ahora que, bien escrito, uno puede hacer de todo... El problema es A) cuando el jurado no sabe qué está bien escrito y qué no, B) cuando el jurado sólo conoce un compendio limitado de clichés instaurados por la raquítica academia de las letras ticas: La Academiitica. Por eso, hay que reeditar... a ver si así, alguien escucha.
Esta es, pues, la primera entrega de mis Greatest Hits. Apenas encuentre el resto, continúo. Es como The best of... y esas cosas. Como estamos en año nuevo... :)

Lo Clásico
Primero que todo, advertimos lo penoso que resulta hacer unas aclaraciones tan básicas sobre este concepto. Nos vemos obligados, pues la confusión que entorno al término existe es pasto para que los “escritores” oficiales (académicos del país) alimenten su megalomanía y eyecten sus prejuicios a los discípulos.Los filólogos de la vieja guardia saltan de espanto cuando se usa este apelativo para dar atributo a un refresco o a un partido de fútbol. A nosotros, las opiniones de la chusma no nos interesan y, por estar acostumbrados al constante ensuciamiento del arte, semejantes vulgaridades pasan inadvertidas, no les damos ningún estatus.Claro es que no nos referiremos a esos escrúpulos caducos. Cuando hablamos de arte clásico, nos referimos al uso de técnicas prefijadas desde la Antigüedad –también a la experimentación a partir de ellas. Desde esta perspectiva, da lo mismo emplear un entimema “Apolo” que “Iavé” o “Vishnu” y hasta “Quetzalcoalt” o “Marx”. No es la ambientación lo que hace a un texto artístico clásico o no. Es el problema de la técnica creadora, un tema desconocidísimo para los escritores modernos, nos atreveremos a presumir, más adelante.Medir versos o no medirlos es una decisión del poeta. Si ha decidido tomarse el enorme trabajo de inventar un nuevo metro, revolucionario ante los parámetros clásicos, bien por él. También puede decidirse a emplear la retórica clásica, acudir a sus rudimentos líricos y desarrollar su trabajo hasta llevarlo a feliz término. No hay nada sagrado ni milagroso en ello, es parte de su oficio y el poeta no debe creer que una decisión u otra lo conducirá hacia un mayor estamento de profundidad o belleza.El problema es hacer versolibrismo porque no sé un demonio sobre lírica clásica, no la entiendo, no “me interesa” (convenientemente) o no puedo. Es posible que no pueda yo explicar el contenido de mi obra, pero debo explicar la técnica que usé o, de otra forma, resulta que no usé ninguna y, simplemente, soy un negligente.Hemos tenido noticia que, durante la década del setenta, esta “negligencia” estuvo de moda. Había una razón fuerte: el desproporcionado conservadurismo de la clase burguesa de la época –que aquí puede quedar representada por los filólogos indignados con el Levi`s Classic-.Una religiosidad empecinada, una intolerancia proverbial, una autoridad absoluta cercenaban el fresco ingenio juvenil desde su médula, a través de dicharachos como “la juventud es un mal que se cura con los años”. Esa frase encierra no sólo una forma de pensamiento sino, además (¡qué gravedad!), una manera de entender la vida. Los jóvenes de esa época fueron feroces, se arrojaron contra los titanes y, algunos de ellos, salieron victoriosos.Pero su tiempo ha pasado. Aún incrédulos de su victoria, acucian su sueño paranoides temores: conspiraciones, desaparecidos, destrucción, conquista. Se suponen marginales aún, cuando, en realidad, ocupan las sillas del poder, la nueva academia.Su rechazo contra lo clásico es comprensible, pero superficial. Se niegan a profundizar en el paganismo clásico, pues asocian, desde su muy particular y limitada vivencia personal, al latín con la iglesia, al griego con los Evangelios, a Homero con San Agustín. Por supuesto, están equivocados.No obstante, siempre y cuando no empleen su poder inconfesado para obstaculizar la creación de los jóvenes artistas, su postura es comprensible y hasta dialogable.El verdadero terror lo constituyen aquellos mistificadores modernos que poco a poco heredan las sillas de poder de aquellos paladines de los setentas, endulzando con discursos socialistas a esos tristes vejetes asustadizos, ganándose su confianza, metiéndose en sus lechos revolucionarios, sin creerse una palabra de la arenga amorosa que han empleado.Pero, ¿por qué estas bajas artes de seducción utilistas?, ¿por qué este meretricio innoble? ¿Falta de talento? ¿Incapacidad para figurar, pues “quien es feo por dentro es feo por fuera, irremediablemente”? No lo sabemos, o sí lo sabemos pero no lo diremos.No creemos –como pretenden difundir estos autores falsamente “modernos”- que el uso de arcaísmos estéticos e, incluso, la misma palabra “estética” sean una solución fácil ante el problema de la creación artística. Creemos que dicho ejercicio propende de un conocimiento profundo del oficio y nada más. Cuanto más conocemos de la técnica, mayor es la calidad de la obra. El análisis de contenido le pertenece a los críticos y a los intelectuales. El escritor, el artista, trabaja en las sombras, para él, el mundo y su verdad, permanecen ocultos. Creemos muchas otras cosas más, pero, por ahora, basta de esto.

4 comentarios:

Alexánder Obando dijo...

Me gusta la fuerza, el "momentum" con que escribís.

Creo que uno de los grandes problemas de hoy día es el de los "jóvenes anacrónicos"; un pequeño pero bien posicionado grupo de menores de 40 que piensan como mayores de 90. Algunos de ellos son directivos o lectores de instituciones como la ECR, por lo que tienen un gran poder de decisión. Su presencia no absuleve de culpa a las vacas sagradas clásicas, pero sí, lamentablemente, engrosan sus filas.

Luis Antonio Bedoya dijo...

Alexander,
Como siempre, me encanta tenerte por aquí. Suelo ser un tipo medio huraño y poco político para estas cosas del mundo literario costarricense (MLCR). Por eso, casi involuntariamente, he mantenido una distancia considerable aun ante las noticias y personajes de ese emeeleceere. Agradezco la gentileza que has tenido en informarme, con la sutileza que requiere mi alma nerviosa, sobre las jerarquías de esa región tan helada. Por otro lado, hay tipos como vos, que no pueden hubicarse en ninguna generación, pues siempre vas un paso adelante. En esos me fijo yo. Otra vez, gracias por tu comentario.

Cristofer Arias dijo...

Deberias haber dedicado este escrito en honor al reciente finado aquel amigo tuyo, poeta conocedor de lo clàsico y partìcipe de las huestes sapientìsimas del Adriano no se que...

Luis Antonio Bedoya dijo...

Cris,

Este post está dedicado a los que no tienen ojos para que vean. Y a los que tienen, para cegarlos (de Jesús). Otro más: "Dime con quién andas y te diré de lo que te pierdes" (el arreglo es mío). Gracias por pasar, amigo!!!