domingo, 8 de noviembre de 2009

Alicias en el país de los pedantes

He conocido una serie de caballeros compatriotas que a menudo visitan Europa. No son miembros de la pujante burguesía del país. La verdad, ocupan puestos modestos que –gracia de nuestro sistema democrático- les reditúan lo suficiente para financiar su caro periplo.
Por supuesto, el esfuerzo no es poco: involucra once meses de permanencia ininterrumpida en el hogar, sin derecho a visitas. Para evitar el abochornante enclaustramiento y la risa burlona de los vivos, estos caballeros se refugian en el último reducto de la moral destinada a las señoras, de modo tal que hacen parecer ese predicamento un acto encomiable. Así pues, este razonamiento que resulta es: no salgo porque soy un caballero formal, no me gusta salir, ¡me repugna! (lo cual obliga a suponer que la gente que va a los clubes es incorrecta), soy un dechado de virtud, soy un hombre responsable.
La verdad es que nuestro héroe está ahorrando hasta el último cinco para embarcarse al Viejo Mundo.
Ahora, bien. ¿Cuál es la gran pregunta? Hela aquí:

¡¿!¿Para qué quiere ir este insigne y moralmente correcto caballero a Europa?!?!

La pregunta se plantea no sin fundamento. Pues conocemos que este caballero, como todos esos caballeros, no conoce un pito de la cultura, historia, tradición, folclor, arte, literatura, etcétera de Europa… ni de ninguna otra parte. Van al Louvre no porque amen a Da Vinci o Delacroix, sino porque incrementa su estatus –mucho más que si fueran a Miami aunque no más que si hubieran visitado también la biblioteca municipal de su pueblo alguna vez en sus vidas. Van a Europa para lucirse, para parecer cultos, pues no lo son en absoluto. No entienden nada de lo que miran, de las fotos en Venecia o en Brandemburgo que colocan en su FaceBook, no se entienden ante el Tíber, les da lo mismo un acueducto romano que una montaña rusa; el deseo del retorno comienza a quemarles cuando la memoria de la cámara comienza a llenarse. Bien lo decía Abelardo Bonilla cuando afirmaba que todo tiene que ver con la apariencia, con el espectáculo: en el gran teatro de Costa Rica debo representar mi papel así tenga que financiarlo yo mismo.
Gente que no disfruta de la vida por obedecer la moral más opresora e imbécil de todas: el qué dirán.
Conozco a muchos caballeros así. Su soledad es ominosa, su absurdidad apabullante, su influencia nefasta. Lo único que los protege del ridículo y los vituperios de los jóvenes es su condición tan patéticamente vulnerable. Es el modelo de joven soltero para la Costa Rica moderna. Dios se apiade. Satán los fragüe.

6 comentarios:

P. dijo...

No tengo conocidos así, pero los sospecho.

Me gustó muchísimo la imagen del deseo del retorno.

Luis Antonio Bedoya dijo...

Gracias, P, por tu comentario. Y qué tino el tuyo con la foto. En mi caso temo conocer demasiados. Seguí por aquí... te prometo más impertinencias de este género!

Jorge O. AC dijo...

Tienes una capacidad de critica increíble, me encanta! Discutir contigo debe ser delicioso!

Luis Antonio Bedoya dijo...

Gracias, Jorge! En realidad debo resultar aburridísimo, jeje! Pero gracias por el voto de confianza! Un abrazo!

Alexánder Obando dijo...

Lo pongo en palabras del personaje central (un pintor renacentista) al final de la cinta "El Decamerón" de Pier Paolo Pasolini: "¿Para qué pintarlo si haberlo soñado fue mucho mejor?"

Nunca he estado en Europa y quizás nunca me llegue la oportunidad de ir; pero he vivido ahí en mis sueños y en mis escritos, y eso no lo cambio por nada.

Luis Antonio Bedoya dijo...

¡Qué hermoso, Alexánder! ¡Qué hermoso! Ha de haber algo fatalmente dulce en un alma que jamás mira sino belleza entorno.